sábado, 5 de agosto de 2017

Premisa 243, sin desarrollo

Mi padre me dijo una vez, tratando de mostrarme que el mundo era más interesante de lo que yo pensaba, que pensábamos en el día y la noche como algo intermitente, pero siempre es día y siempre es noche en alguna parte del mundo.

La idea me alegró un tiempo, pero incluso antes de saber esto que me ha obligado a rodearme de luces artificiales y medidas de seguridad en todo momento, antes de saber lo que preferiría olvidar, supe que esto era mentira.

Percibimos al sol en su valiente batalla contra la oscuridad como una parte igual a la oscuridad, básicamente porque somos hijos del sol, estamos de su lado y como niños asombrados por una fuerza que nunca tendremos, asumimos que nuestro dios está en igualdad de condiciones. Pero la oscuridad gana todo el tiempo.

El esfuerzo que la luz hace todos los días, es borrado, disipado hasta ser irrelevante por la noche, sin esfuerzo, solo por no estar. La noche estaba antes del sol, cuando el sol muera y todas las estrellas mueran, la noche seguirá ahí.

Incluso en este tiempo de aparente igualdad podemos ver que los amaneceres y atardeceres, vistos desde la efectividad, son momentos poco gloriosos para el sol, Su calor y su luz, su protección, la posibilidad de vivir que nos entrega está mermada en los bordes de lo que consideramos día.

E incluso en el cenit y las horas que lo rodean basta con bajar un par de metros bajo tierra, o incluso bajo agua, un medio que parece aceptar la luz, para encontrarse con la noche. 5 metros bajo el suelo es siempre noche. En el fondo del mar es siempre noche.

El día es una costra superficial, descascarándose en sus bordes en un solo lado de la tierra.

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