caminamos por calles al otro lado de la calle grande. Casas bonitas, el terror de la casa bauhaus, casas de pueblo. Una casa que afuera tenía un arbol que se enchuecaba hacia el adentro tanto, que la reja era absolutamente ornamental. Pero igual era alta y se veia fea.
Se encendió un regador automático. El silencio hasta ese momento había sido como a las 4 de la mañana un dia de seana en una ciudad chica.
Caminamos hasta el lugar donde siempre es de noche. Las hojas secas crujen en nuestros pies, o bajo ellos. No se supone que pase eso en otoño?
Caminamos y el señor de la casa 2222 nos mira regando, desconfiado por nuestro lento caminar y nuestras frutas sin una bolsa que las esconda. Buenas tardes digo y me responde con un mugido de buenaaaas, buenaaaas.
Caminamos por silencios y regadores, luces que se prenden y bugambilias, flores y arboles que no sabemos y que nunca sabremos nombrar. Un gatito salta de una reja. Unos muñecos como de material reciclado muy fuera de lugar en un ambiente muy sobriecito, muy niñito ordenado en el colegio.
La calle se cierra después de pasar un cuarto de plaza sin pasto y con un tumulo adornado con flores. Lacalle se acaba.
Nos damos vuelta y estamos atrapados. Toda esa agua, que pensabamos que era para regar nos tiene atrapados. Y sube.
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