El librito estaba sobre el amplio escritorio, a mano izquierda, aunque Sublime Nuñez no lo usaba hace años. Pero tenerlo sobre el escritorio figuraba en las regulaciones de los ejecutivos de la Ivory Company, así que ahí se quedaría hasta que Nuñez se retirara o muriera.
Los dos hombres al otro lado del escritorio eran muy diferentes el uno del otro. Antes de que les presentaran el negocio, vio por sus ropas y por sus tonos de piel que no se trataba de socios, sino de un empleado que había ganado la confianza de su patrón. "Un peón y su aval" pensó contento. Era verdad; si uno se esforzaba en este país, se podía salir de la pobreza. Si este hombre tenía hijos podría enviarlos a colegios de oficios o iniciar un taller.
Reconoció la cara del burgués más tarde de lo que debería. Al tratar de ofecerles un adelanto de diez mil pesos y un precio de entrega final de veinte mil en la sede de Puchuncaví. Ellos pagaban el peletero, por supuesto. El patrón del hombre reaccionó calmadamente, pero con una nota de indignación en su voz.
"Eso es apenas un decimo de lo que costó." Dijo.
"Bueno," dijo Nuñez "No se puede esperar recuperar todo lo que uno invierte al venderlo por partes. Parte del valor es el que uno puede obtener del trabajo. Además," añadió con una sensación de triunfo final "no son todas las partes las que me venden. Solo el cuerno y la piel dura, que"
Pero no alcanzó a terminar la frase, porque el burgués dijo
"La piel dura, que en esas dimensiones alcanza un precio de calle de cincuenta mil. No hay diferencia entre esta piel y la de los Indios, y todos sabemos lo escasos que se han vuelto éstos durante los últimos años."
"Pero el precio de calle, usted sabe-" trató de decir Nuñez.
"Aunque nunca tan escasos como los Sundos." Siguió el burgués, que ya se dibujaba tan familiar que era desesperante no poder reconocer su nombre. "Podríamos conseguir quizas hasta sesenta mil solo con la piel. ¡Y un cuerno rarísimo, de once pulgadas! Y sin ninguna marca, porque al igual que el cuerno de los indios, nunca fue usado para golpear." Y después de una pausa y arqueando una ceja, Anibal Suri, el jefe de transportes Shah "No sea Pusilanime Nuñez."
Nuñez se aceptó vencido. Y aunque odiaba ese sobrenombre, no podía dejar de comportarse estoicamente en su oficina. Les dijo que verían al animal al dia siguiente y que podía alcanzar un precio hasta de 80 mil pesos si todo estaba perfecto. Les pasó quince mil pesos luego de una firma de Suri.
Nuñez se hacía viejo. Se volvía cada vez más suave e impresionable. En otro momento los hubiera echado a patadas seguidos por los guardias, sabiendo que volverían y que si no volvían, pues no valía la pena. Pero ahora, pensando en su pensión, en que cada peso contaba si no quería terminar en una fosa común, aceptaba cualquier comisión. Probablemente terminarían pagando setenta y cinco mil con una ganancia de quince mil para la Ivory en el peor de los casos.
Los hombres se levantaron, el peón sin levantar la cabeza desde que Nuñez hizo la primera oferta. Uno de los tres soldados de la Ivory Company que guardaban la oficina de inversiones los siguió por el largo pasillo ciego.
Jugueteaba con el seguro de su Jungle Carabine y hacía un ruido entre los dientes. Su uniforme de piel reforzada picaba. Pero la sensación de poder de ser un paquidermo (y uno con un arma de fuego) hacía de la picazón algo irrelevante. Era cierto que no eran muy populares. Que los sindicatos odiabana la compañía. Que les decían "trompitas" a sus espaldas. Los beneficios de la compañía eran muchos. "Y quien quiere ser popular. Quien no me respeta me teme." pensaba. Y quizas por eso era que jugaba con el seguro. Para que los hombres de adelante no lo ignoraran.
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